miércoles, 16 de diciembre de 2009

tutoría

Uno de mis alumnos viene a hablar conmigo después de clase. Me doy cuenta de que va en serio así que me salto el protocolo y comparto un bocadillo con él sentada en un banco de la universidad. Es raro porque es un hombre, yo una mujer, él un alumno, yo una profesora y mientras hablamos yo pienso que a mí no me importa pero quizá a él sí le importa y, desde luego, a quien nos vea sí le importará (y al final del ciclo, concluyo que, tal vez a causa de todo esto, a mí también me importa pero como verdaderamente no quiero que me importe, continúo sentada en el mismo banco con el mismo bocata).

Ahmad me dice que está pensando en dejar la universidad: que no puede más, que no llega, que el trabajo y la universidad se lo comen. Que trabaja a veces 14, 15, 16 horas al día y casi no duerme, que no ve a su madre, que no sale nunca, que piensa que la vida es horrible y se imagina siempre cómo se muere y se acaba todo.

Si hubiera podido decirle lo que pienso le habría dicho: Ahmad, eres joven, la uni no importa mucho, el trabajo importa poco...descubrirás amigos, descubrirás el sexo, descubrirás una mujer por la que pienses que merece la pena haber nacido, tendrás niños, verás playas, otros países, leerás libros que te llevarán lejos, bien lejos, descubrirás tu belleza...que eres lindo por dentro y por fuera, y que los otros compartirán eso contigo. Le miro fijamente, incapaz de encontrar las palabras que le indiquen qué debe hacer y me pregunto qué extraña idea le hará pensar que yo poseo alguna respuesta. Le pregunto qué quiere hacer en su vida y me mira extrañado porque nunca se lo ha preguntado: aquí uno sólo se pregunta eso si vive en un entorno muy concreto. Hablo con seguridad a pesar de que no la tengo, digo palabras de las que luego me arrepentiré, intento ser lo más sincera posible, reconozco todo lo que desconozco y le pido que piense, que no se olvide de pensar en las cosas buenas que tiene su vida. Es breve y sé que cruzo la línea, una vez más, entre profesora y alumno porque ahora ya voy a preocuparme por Ahmad de una manera especial, voy a pensar en que querría escribirle todas las razones que una vez, hace mucho tiempo, yo también tuve que buscar (aunque la gracia del asunto, claro, es ir encontrando tus propias razones), voy a mirar sus exámenes con preocupación, voy a escucharle como alguien que se acerca a un amigo, como se mira a alguien que se ha desnudado delante de ti, desesperado ante la imposibilidad de desnudarse nunca ante nadie más.  Y pienso que últimamente tengo que hacer muchas cosas como si supiera hacerlas cuando, en realidad, no tengo ni idea.

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